La discusión respecto a las retenciones de los productos agrícolas gira en torno al efecto que tienen sobre la recaudación y redistribución del ingreso.
Como es habitual, los argentinos nos concentramos en los efectos de corto plazo y no en lo verdaderamente importante.
Argentina, mantiene el mismo dilema desde la década del ’40 con el “Plan Pinedo”, esto es, ser una economía industrial o agropecuaria, o bien intentar un proyecto que permita el desarrollo armonioso de ambas actividades.
Toda economía cuenta, básicamente, con cuatro sectores: Agro, Industria, Minería y Servicios. De éstos sólo los tres primeros producen bienes que se transan internacionalmente. Sabemos que para ser competitivos en el mercado interno y en el externo, el tipo de cambio juega un papel clave.
La dificultad que tiene nuestro país en articular un proyecto que contenga a los dos sectores, radica en que uno de ellos, el Agro, es supercompetitivo a nivel internacional por las condiciones particulares del suelo, clima y los avances tecnológicos logrados. Mientras que la Industria se encuentra en un estadío de desarrollo inferior. En consecuencia, el tipo de cambio compatible con el desarrollo a largo plazo de estos sectores es distinto.
Las retenciones a la exportación permiten, que de manera artificial se cierre una brecha que se produce por naturaleza. O sea, funciona como dos tipos de cambio distintos, uno más bajo para el sector competitivo y otro más alto para el sector menos desarrollado.
“To be or not to be: that is the question”
Las retenciones no son sólo un impuesto, son una herramienta que usada con sensatez puede permitir la convivencia armoniosa de la Industria y el Agro, lo cual es, sin duda, esencial para “Ser” y alcanzar el ideal de país desarrollado.
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