jueves, 30 de enero de 2014

INFLACIÓN O DISPERSIÓN DE PRECIOS, PROCESOS DIFERENTES PERO RELACIONADOS


A priori, buscar una relación entre el fenómeno de la inflación y el de la dispersión de precios parecería no tener mucho sentido. Se trata de dos fenómenos totalmente distintos. La inflación es el aumento generalizado y sostenido en el nivel de precios, mientras que la dispersión es la brecha que puede presentarse en el precio de un determinado producto.
Por otra parte, la mera existencia de dispersión de precios supone un desafío para la ciencia económica porque no resulta racional pensar que un producto homogéneo pueda presentar más de un precio. Según la teoría microeconómica, los consumidores deberían arbitrar de forma tal que el oferente que está por encima del precio de equilibrio se vea forzado a bajarlo para conseguir clientes y finalmente confluir hasta alcanzar el nivel mínimo de rentabilidad de mercado, donde el ingreso marginal iguala al costo marginal. Pero más allá del tecnicismo, ¿quién estaría dispuesto a pagar más por el mismo producto? Este fenómeno supondría que los agentes no son racionales, o bien, que por problemas de información los consumidores no siempre logran acceder a los mejores precios.
Suponiendo que los agentes sí son racionales y que el desequilibrio se origina en las fallas que se presentan en  la distribución de la información, la solución sería entonces facilitar un mayor acceso a la misma. Podríamos incluso suponer que la respuesta a este problema se encuentra en la máxima de Lita de Lazzari: “hay que caminar”. Lo cual no es del todo errado, pero conlleva implícito un costo extra: el tiempo. El tiempo en buscar información (o en caminar buscándola) tiene un costo que, exante, no sabemos si será compensado en el precio final abonado por el producto buscado. Es una inversión de resultado incierto.
¿Qué podríamos esperar que ocurra en un contexto inflacionario con la dispersión de precios? El principal instrumento que tiene el consumidor para encontrar el precio más bajo es buscar información, lo cual tiene un costo en tiempo. Pero ocurre que en un contexto inflacionario el tiempo resulta mucho más costoso. El dinero quema y el consumidor no puede posponer la venta para recorrer otros locales o centros comerciales alternativos, ya que esta demora puede significar un aumento en el precio generado por la inflación.
De esta forma, el consumidor tiene menos herramientas para elegir por precio porque resulta más complejo determinar qué es caro y qué barato en un contexto de suba generalizada y sostenida de la nominalidad. De nada sirve recordar los precios de la última compra, ya que uno no puede determinar si la diferencia con el precio que tiene frente a sus ojos se debe al efecto de la inflación o efectivamente es que este comercio en particular está fuera de los valores de mercado. Esta situación también es percibida por el comerciante, que tiene pocos incentivos a competir por precio. ¿Para qué reduciría el comerciante su margen de ganancia si este comportamiento no es apreciado, y tal vez ni siquiera percibido por el consumidor?
Es así que resulta lógico esperar mayores niveles de dispersión de precios en contextos inflacionarios. Por lo tanto, como vemos, no hay contradicción alguna entre inflación y dispersión de precios, sino más bien todo lo contrario.

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