Supongo
que proponer una devaluación es un mensaje políticamente incorrecto. Algunos
economistas creerán que es necesaria y no lo dirán, otros creerán ciertamente
que una devaluación puede generar mayores tensiones inflacionarias y reducir el
salario real.
Más
allá de la definición de un mecanismo para alcanzar el valor ideal del dólar,
es obviamente necesario definir previamente cuál debería ser ese valor a
alcanzar.
Un
elemento importante para definir el valor de cualquier bien es la escasez
relativa que tiene. Hasta principios del año 2011 las reservas fueron creciendo,
logrando superar los U$S 52 mil millones. A partir de ese momento el Banco
Central fue perdiendo reservas hasta el punto actual, contando con U$S 37 mil
millones, lo cual representa una caída del 29%.
Entre
el pico de reservas y la situación actual sucedieron muchas cosas. Durante todo
el año 2011 el Banco Central se desprendió de dólares para contener la suba, financiando
gratuitamente una fuga con la intención de minimizar el ruido antes de las
elecciones presidenciales de ese año, alcanzando incluso a vender dólar futuro
a tasa cero para contener su valor. Luego de la victoria electoral llegó el
cepo, limitando la compra para atesoramiento y ahorro en moneda extranjera y
finalmente la prohibición para la compra de divisas, excepto para importar
(previa autorización de las famosas DJAI) y para hacer turismo en algunos casos
y con valores limitados.
Vemos
entonces que se han realizado esfuerzos dirigidos a evitar que el valor del
dólar suba más de lo que lo ha hecho, que de todas formas no fue poco, ya que
desde el pico de reservas hasta hoy lleva ganados un 38% en términos nominales.
Y es evidente que el valor del dólar podría ser más elevado puesto que mientras
el Central vende sus divisas a $5,50, en el mercado paralelo hay interesados
dispuestos a pagar más de $8,50 por el mismo activo. Esta brecha representa un
costo cuasi fiscal que paga el Central. En otras palabras, podemos afirmar que
el Central subsidia el precio del dólar.
Toda
medida económica tiene ganadores y perdedores. Y ésta no es precisamente la
excepción. El núcleo del análisis en este caso, es identificar quienes son los
ganadores, quienes los perdedores, cual es el resultado final en el agregado,
qué tipo de cambio es compatible con cada modelo de desarrollo, etc. Una vez
hecho este esfuerzo intelectual, la opción es elegir en qué modelo de país nos
gustaría vivir.
Las
preguntas que surgen luego de realizarse este planteo son ¿vale la pena hacer
tanto esfuerzo para contener el valor del dólar? ¿Tiene un impacto directo en
el salario real y en los estratos más vulnerables de la población?
Para
responder estas preguntas debemos focalizarnos en el impacto que tiene el valor
del dólar en la economía y quién consume dólares. Por el lado del comercio, es
lógico pensar que un dólar artificialmente barato no es beneficioso para la
economía ya que no parece que tenga sentido castigar al exportador y beneficiar
al importador. Un elemento que no puedo obviar es que el dólar barato facilita
la incorporación de bienes de capital, ya que la mayor parte de éstos se
producen en el exterior y su valor cotiza en dólares. Por otra parte, algunos
podrán argumentar que el salario real podría bajar al subir el valor del dólar.
Algo que es lógico puesto que la matriz productiva del país tiene componentes
de origen importado. Pero, ¿es esta la mejor forma de utilizar recursos
públicos para defender a los más vulnerables? ¿Quién consume más divisas en
términos relativos? ¿Aquél que es rico o aquél que es pobre? No parece tan
difícil responder a esta pregunta si nos planteamos interrogantes más sencillos.
¿Quién se va de vacaciones a Miami y Punta del Este? ¿Quién consume perfumes
importados? ¿Quién compra electrónica y bebidas alcohólicas importadas?
Ciertamente no son los empleados en negro, ni los desocupados, sino los
sectores más acomodados de la sociedad. En todo caso, parece que tendría mucho
más sentido que el Estado subsidie el valor de la carne, la leche o directamente
la canasta básica de alimentos, en lugar de subsidiar el turismo emisivo, los
autos de lujo importados y el champán francés. Tal vez es por esto que en el
año 2003 Néstor Kirchner aseguraba “Yo no soy partidario de un dólar
bajo, me interesa un dólar competitivo”.
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