A priori, buscar una relación entre el fenómeno de la inflación y el de
la dispersión de precios parecería no tener mucho sentido. Se trata de dos
fenómenos totalmente distintos. La inflación es el aumento generalizado y
sostenido en el nivel de precios, mientras que la dispersión es la brecha que
puede presentarse en el precio de un determinado producto.
Por otra parte, la mera existencia de dispersión de precios supone un
desafío para la ciencia económica porque no resulta racional pensar que un
producto homogéneo pueda presentar más de un precio. Según la teoría
microeconómica, los consumidores deberían arbitrar de forma tal que el oferente
que está por encima del precio de equilibrio se vea forzado a bajarlo para
conseguir clientes y finalmente confluir hasta alcanzar el nivel mínimo de
rentabilidad de mercado, donde el ingreso marginal iguala al costo marginal. Pero
más allá del tecnicismo, ¿quién estaría dispuesto a pagar más por el mismo
producto? Este fenómeno supondría que los agentes no son racionales, o bien,
que por problemas de información los consumidores no siempre logran acceder a
los mejores precios.
Suponiendo que los agentes sí son racionales y que el desequilibrio se origina
en las fallas que se presentan en la
distribución de la información, la solución sería entonces facilitar un mayor
acceso a la misma. Podríamos incluso suponer que la respuesta a este problema
se encuentra en la máxima de Lita de Lazzari: “hay que caminar”. Lo cual no es
del todo errado, pero conlleva implícito un costo extra: el tiempo. El tiempo
en buscar información (o en caminar buscándola) tiene un costo que, exante, no
sabemos si será compensado en el precio final abonado por el producto buscado.
Es una inversión de resultado incierto.
¿Qué podríamos esperar que ocurra en un contexto inflacionario con la
dispersión de precios? El principal instrumento que tiene el consumidor para
encontrar el precio más bajo es buscar información, lo cual tiene un costo en
tiempo. Pero ocurre que en un contexto inflacionario el tiempo resulta mucho
más costoso. El dinero quema y el consumidor no puede posponer la venta para
recorrer otros locales o centros comerciales alternativos, ya que esta demora
puede significar un aumento en el precio generado por la inflación.
De esta forma, el consumidor tiene menos herramientas para elegir por
precio porque resulta más complejo determinar qué es caro y qué barato en un
contexto de suba generalizada y sostenida de la nominalidad. De nada sirve
recordar los precios de la última compra, ya que uno no puede determinar si la
diferencia con el precio que tiene frente a sus ojos se debe al efecto de la
inflación o efectivamente es que este comercio en particular está fuera de los
valores de mercado. Esta situación también es percibida por el comerciante, que
tiene pocos incentivos a competir por precio. ¿Para qué reduciría el
comerciante su margen de ganancia si este comportamiento no es apreciado, y tal
vez ni siquiera percibido por el consumidor?
Es así que resulta lógico esperar mayores niveles de dispersión de
precios en contextos inflacionarios. Por lo tanto, como vemos, no hay
contradicción alguna entre inflación y dispersión de precios, sino más bien
todo lo contrario.